Estas pinturas surgen de la sedimentación de capas, intervenciones, reescrituras y repintados. Por momentos estas capas se organizan en fragmentos de un paisaje azaroso. Al siguiente instante se presentan como un diagrama del pensamiento, una cartografía de la mente. El paisaje como simultaneidad. Un escenario que incuba a otro.

La esfera oculta se manifiesta en forma de gestos y grafías inesperadas. Se transparentan como una huella, un recuerdo o un olvido. Los elementos que refieren a la naturaleza se borronean, solo quedan vestigios. Un nuevo espacio se abre ante la imposibilidad de reconocer o nombrar las imágenes. Una vista de algo irreconocible, un lago que cada vez es menos lago. Esta desintegración de lo natural en mi pintura la nombré, entonces, Antinaturalismo. 

El entorno está alterado, mutado. El paisaje apenas se recuerda y emerge como un vestigio visual. Zonas vaporosas permean viejas escrituras. Por el contrario y a la vez, otras formas surgen como síntesis geométrica precisa. Estructuras amorfas, blandas, armónicas, ideales. Estas figuras teóricas, sintéticas y plásticas -fragmentos crepusculares- intentan salir a la superficie desde la densidad del vacío. Otra vista, de otra naturaleza.