ORÍGENES

Del 10.11 al 15.12

ACERCA
       DE

Orígenes

 María Torcello

Esculturas

Curaduría Irene Gelfman

 

Divina esencia

 

María Torcello, reflexiona sobre las formas en el espacio y cómo nuestra mente proyecta imágenes dimensionales en distintos planos de conciencia, existiendo y sucediendo todo al mismo tiempo. Sus piezas se caracterizan por el movimiento, la suavidad y el brillo de la madera. Al encontrarse con la materia sin vida, la artista observa sus huellas, su color, sus nudos y vetas que, como cicatrices y marcas de vida, le permiten imaginar y reconstruir una historia. 

Detrás del discurso estético de Torcello, se halla el espacio de su taller. Territorio íntimo donde entran en juego las posibilidades estéticas que enlazan la materia y la idea. La forma en la que trabaja María es metódica y paciente, cada pieza lleva una serie de pasos donde la artista se hace uno con el material y en el medio de una danza orquestada con sierras, lijas y polvo de aserrín en el aire, surge el proceso de abstracción y simbiosis de la artista con la madera. En este encuentro, reconoce e integra su nueva forma. Busca resaltar y respetar, los rastros de la historia de la materia prima (enfermedades, años, cicatrices) y también descubre la historia del lugar donde habitó el árbol, y las huellas de la intervención humana en él (sequías, deforestación, incendios). 

Como una alquimista, María vive y actúa en consonancia con la naturaleza, respetando la creación divina, e interfiriendo en su proceso de desarrollo al tomar materia sin vida permitiéndole  una nueva vida como escultura.  

Al ingresar al espacio, nos encontramos con un guiño para aquellos espectadores curiosos por el proceso, por saber el secreto del artificio. Nos muestra cómo María toma la materia sin vida para volver a su origen en forma de semilla, vaina o pimpollo. 

Al recorrer la sala y observar cada pieza, podemos visualizar la posibilidad real de la transmutación y transformación de un estado a otro. De un estado bruto, muerto e inerte a un lugar de movimiento, brillo y suavidad. Hay un aire de pureza en el recorrido. El espectador debe ascender y pasar de un espacio de mayor oscuridad a uno de claridad, cruzar un velo, moverse y transitar al punto máximo. 

La tela dispuesta con su forma serpentina, con sus curvas y contracurvas, crea espacialmente una atmósfera pura, noble, liviana y blanda. El espectador ingresa en un edén que creó la artista para nosotros, acompañado por un paisaje sonoro de Elena Vargas. 

 

Las esculturas están dispuestas en la sala como códigos espaciales, para que el espectador en su recorrido aleatorio decodifique. Cada pieza es como un punto de partida, una energía divina. Para llegar a ellas hay que hacer un camino que requiere una acción activa, un esfuerzo. Hay un juego entre lo visible y lo borroso, entre lo liviano y lo pesado. No hay ni un principio ni un fin impuesto. Las imágenes se proyectan en los espejos y crean un juego de realidad y apariencia. De materia y reflejo. 

 

Una vez recorrida cada pieza, cada veladura, cada curva, llega el regalo que da la artista desinteresadamente al visitante: nos invita a reflexionar en la posibilidad que tiene todo ser, toda sustancia, toda materia de cambiar, transmutar y transformarse. Nos recuerda, que esa posibilidad está en nuestras manos, es la divina esencia, solo debemos entregarnos al movimiento cósmico, eterno e infinito. 



Irene Gelfman

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