Ecos místicos resuenan en las obras de Torcello

Por Ana Martínez Quijano - Diario Ámbito Financiero

“Orígenes”, su nueva exposición individual de esculturas, está recorrida por el símbolo de la serpiente que se muerde la cola, referido al tiempo cíclico.

La escultora María Torcello (1978) presenta “Orígenes”, una nueva muestra individual en OdA, Oficinas de Arte. Al ingresar a la exhibición, el espectador encuentra “Ouroboros”, una talla directa, técnica que se reitera en toda la muestra. Sobre un pedestal descansan cinco anillos de madera de fresno casi blanca en sus distintas etapas del proceso de elaboración que resumen el trabajo de la artista. El Ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, es un símbolo de las mitologías antiguas referido al tiempo cíclico, como el que rige el cambio de las estaciones o las mareas. La existencia es un ciclo que siempre recomienza, la continuidad de un constante renacer. Con estos principios, el sentido de la obra de Torcello, encuentra su razón de ser en la producción; sencillamente, en el quehacer infatigable que demanda crear la forma y trabajar la madera.

Seducida desde la cuna por el talento de su abuela, la pintora Josefina Robirosa, y el de su marido o “abuelo postizo”, el escultor Jorge Michel, Torcello heredó la atracción por las maderas duras y, al parecer, inmanejables, como las enormes vigas rojizas del urunday utilizadas para realizar las obras de la muestra.

Esa nenita inocente que aparecía hace años en una foto con Jorge Michel y su obra, hoy conoce el terreno que explora y, así lo dice: “No hay una pieza de madera igual a otra. Los dibujos de sus vetas, la historia de su vida está marcada en cada parte de los árboles que, son perfectamente imperfectos y les aportan a mis obras un movimiento y una sensualidad única, que no encuentro hasta ahora en ningún otro material. La madera me obliga a salir de mí y comprender las cosas desde otro lugar, me obliga a adaptar mis obras a sus dibujos, sus nudos, sus grietas… Siento la unión con el todo. Y, de repente, la madera y yo somos uno”.

Una espiritualidad afín a la de Robirosa, se percibe cuando expresa la fusión del artista con la obra y también con la naturaleza, “y esa fuerza que nos mueve, nos transforma”. Por otra parte, la capacidad de doblegar la materia, aparece cuando dice con orgullo: “Todas las obras fueron terminadas en este año 2022, aunque muchas las había empezado el año pasado”.

Las formas curvilíneas de las hojas, capullos, brotes o frutos, están más sugeridas que representadas. La curadora de la muestra, Irene, Gelfman, fuerza la abstracción con la levedad de una tela blanca que flota entre las obras con el color rojizo del urunday y una de dos metros de lapacho. “En el medio de una danza orquestada con sierras, lijas y polvo de aserrín en el aire, surge el proceso de abstracción y simbiosis de la artista con la madera. En este encuentro, reconoce e integra su nueva forma. Busca resaltar y respetar, los rastros de la historia de la materia prima (enfermedades, años, cicatrices) y también descubre la historia del lugar donde habitó el árbol, y las huellas de la intervención humana en él (sequías, desforestación, incendios)”, analiza Gelfman.

La artista cuenta finalmente cuál es el origen de sus maderas y de dónde provienen. Hay gente que le avisa cuando algún árbol se cae o que es preciso sacarlo por alguna razón. Los escultores amigos de su abuelo, Ricardo Longhini y Pablo Larreta, le regalaron maderas que no iban a utilizar. Luego, las vigas de urunday de la muestra actual, las compró a una artista que las tuvo 40 años en su taller. En medio de la metamorfosis de la materia que implica la talla, la belleza ocupa un lugar prioritario y, la intensidad del trabajo tiene como objetivo lograr el encuentro con ella.

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