Odell y el arte de iluminar abismos

3 de julio de 2018 15:09
Celina Chatruc
«El papel está vivo», dice. Y asegura que al hacerlo, con sus propias manos, comprueba cómo las fibras se buscan entre sí para fundirse, sin su intermediación.

A los 81 años, la artista cordobesa Odell se mueve con la agilidad de los 40. Al mismo ritmo imparable con el que baila en las milongas, donde siente que dibuja con los pies, y con el que construyó una carrera que incluye muestras internacionales, premios en el Salón Nacional y participaciones en arteBA. Y que la trajo ahora hasta OdA, donde exhibe hasta el viernes decenas de obras.

Su lugar preferido, sin embargo, es el taller. Una casa de Palermo que ella define como «un nido», tan cómodo que ha llegado a pasar allí hasta una década produciendo sin exponer. «Me lastima cuando la obra es tratada como un producto -explica-. Para mí es un pedazo de alma.»
«¿Es que tenemos derecho a exigirle a artistas como Odell que cumplan con los deberes de promoción, que dediquen tiempo y energía para que estas maravillas sean más accesibles al gran público? Mientras pueda conducirnos hasta sus muestras con algo de esotéricas, yo al menos le perdono la ausencia de ruido», escribió en 1996 en LA NACION el crítico Rafael Squirru, quien destacó «el grado de inmaterialidad etérea» logrado en los trabajos de esta artista cordobesa.
Odell Pasi nació en Arroyo Cabral en 1936 y realizó su primera muestra individual a los cuarenta años. De su labor con pacientes psiquiátricos del Borda rescata el poder transformador del arte, sobre todo para aquellos que han perdido su vínculo con el mundo.
«Mi obra es transmutación de la materia. El artista es un alquimista. Hay que transitar lo abismal e iluminarlo», dice esta admiradora del legado de Carl Jung sobre las creaciones exhibidas, que demuestran un buscado equilibrio entre lo sutil y lo visceral. La integración de luz y oscuridad, como en el Yin y el Yang, también está presente en sus delicadas piezas de cerámica con reminiscencias orientales.
Odell Pasi nació en Arroyo Cabral, en 1936, y realizó su primera muestra individual a los cuarenta años. Representó al país en una exposición internacional realizada cincuenta años despues del final de la Segunda Guerra Mundial, en Dachau, y fue invitada tres veces por la Pinacoteca de San Pablo para participar de la Bienal de Arte sobre papel a mano.

«Transgredir bien es una cualidad que hay que cultivar, pero todas las transgresiones tienen que tener calidad subyacente», dice. Y agrega, muy a tono con el Mundial: «Hay que transgredir la técnica, pero antes hay que dominarla. Si jugás al fútbol y no te gustan las reglas, primero jugá de forma impecable y después, proponé otras.»

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